¿Hemos idealizado el amor?

Si tuviera que responder a la pregunta que abre esta entrada, diría un tajante sí, tan rotundo como cada una de las relaciones que existen en este mundo, tan cierto como las personas que la forman y tan certero como el propio amor.

Crecemos en una sociedad que por muchos cambios que plantee sigue con la idealización de un sentimiento al que se le brindan más emociones que cabeza. Y sí, esa idealización sigue estando más arraigada en el sexo femenino que poco a poco cree empoderarse en un mundo en el que su idilio sigue siendo el mismo, el caballero de dorada armadura. ¿Por qué? Pues porque de una forma u otra nos hemos pasado de generación en generación esa idea de amor perfecto, de hombre protector que no protegido, de pareja estable que no esporádica, de media naranja que encaja con nuestros ideales sin pararnos siquiera a pensar que igual es tanta semejanza la que echa por tierra ese idilio.

Cuando somos niños empezamos idealizando el concepto de amistad, cuando crecemos un poco lo hacemos con el de amor, felicidad, libertad... Imaginamos de mil formas y sin poder frenarlo como sería nuestra relación perfecta, sin pensar un instante que lo perfecto aburre, entristece e incluso suplica por no existir. Nunca pensamos en una relación con altibajos, con conversaciones subidas de tono o con momentos de desgana. Somos incapaces de verlo antes de que ocurra y cuando pasa, la idea de que hemos fallado en nuestra faceta personal nos ronda acechando un hueco en el que infiltrarse para jodernos de verdad lo poco o mucho que tengamos construido.

Todo el mundo quiere una relación de película, de libro o de sueño; ¿quién la tiene? Nadie. Y no, nadie no es un nombre moderno, solo hace referencia a la no existencia de personas que vivan esa relación. Puedes estar mejor o peor, conocer más o menos a quien te acompaña en tu vida, pero no es bueno creer que todo será siempre igual.

Cuando estamos de lleno en plena relación y vemos que nuestra pareja no es lo que pensábamos, todo nuestro castillo, con caballero incluido, se nos viene encima. Es ahí, en esos momentos cuando lo conveniente es pensar que la persona que comparte nuestra vida no es perfección en estado puro, y mirar... Es preciso mirar que nosotros tampoco lo somos, que también le hemos fallado.

He llegado a pensar, por los años de vida que experimento y por las conversaciones que mantengo con el mundo y conmigo misma, que el mejor amor, ese que más perdura y que se mantiene con el paso de los años, es el que se perpetúa con el sentido común; el que es menos común de los sentidos. Con cabeza, con pasos seguros, sabiendo con quien estar y conociendo sus peores momentos, porque siempre no será todo bueno y hay que estar preparado para lo malo y para lo peor. Y sí, al amor también se le pueden dar lecciones y consejos de vez en cuando, porque no lo sabe todo, y es lo mejor, que podemos moldearlo a lo que vamos necesitando. 

Me atrevería a jurar que hasta el amor de madre a hijos y de hijos a madres se idealiza, y como en cualquier amor, nos chocamos con una realidad que, en ocasiones, duele. ¿Idealizar? Es mejor no hacerlo, ¿no crees?


Marta Monroy

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